Chesil beach, de Ian McEwan
Me han dicho
alguna vez que veo finales felices donde no los hay. No sé si se referían a
finales reales o de cuento. Ian McEwan no escribe en Chesil beach ningún cuento. Es un fabuloso narrador de
historias, psicológicamente profundas, a través de un lenguaje ágil e
inteligente sobre lo íntimo; y a la vez es un prodigio narrativo de párrafos
sin puntos, que giran en microhistorias donde respiran la historia con
mayúsculas, y la intrahistoria de belleza microscópica.
Chesil beach es un cosmos de esas microhistorias perfectamente
hiladas, que nos muestra lo que les sucede a dos jóvenes recién casados, Florence
y Edward, en su noche de bodas: no es ni destino ni azar, sino una trama - o
una trampa - espejo del artificio en el que nacemos y vivimos.
McEwan describe
el pensamiento de un hombre y una mujer en los preludios de la modernidad. Son
los años sesenta y estamos entre Londres y Oxford, y los protagonistas son dos
estudiantes al final de sus estudios que desean comenzar a vivir, en una época
en la que la juventud aún era menospreciada, un arrinconado preámbulo de la
vida real.
Henley a los pies de las colinas de Chiltern |
McEwan nos hace viajar a través de pequeñas
digresiones históricas, y paisajísticas, dando a cada momento la intensidad de
que algo importante sucede. Escribe, como Kairós imprime calidad al tiempo.
Retrata a dos esposos que "suponen", "creen",
"imaginan" quién es el otro; ese otro al que nunca escuchan, al que
nunca entienden. Y lo hace intercalando el malestar político que existe en ese
momento en Inglaterra, la agitación artística que se vive en sus calles, la
quietud permanente de los senderos de Oxfordshire, y la presencia de personajes
legendarios que se pierden en el anonimato de la vida corriente.
"La
mitología privada de su encuentro" - en St. Giles - es el punto de partida
para trazar "sus mapas mentales y geográficos de Oxford" - lugar de
la infancia - que ambos creyeron eran suficientes, por su similitud. Pero
McEwan insiste en la dicotomía entre la infancia y la adolescencia, al dividir
el espacio de sus vidas en Londres y Oxford, y Londres es una ciudad muy
diferente para ambos. La música es diferente. Hay, en nuestra personal idea de
la música, una inherente concepción del mundo.
St. Giles church, Oxford |
"El interrogante no tenía contenido,
era tan puro como un signo de interrogación"
La infancia
también deja sus huellas debajo de la piel - no sólo sobre el mapa - y en los
rincones del hipotálamo se ocultan recuerdos aún más abstractos que la música.
Recuerdos complejos "para los que no existe, o no se ha inventado aún, un
lenguaje capaz" de expresarlos al otro. Los miedos más profundos, el valor
de las personas y las cosas, aun que sean erróneos, se nos quedan ahí clavados,
a veces invisibles, como botones escondidos que un día alguien, sin saberlo,
roza, y hace estallar la parte más interna de nosotros.
"Edward estaba aprendiendo a ocultar
el hecho de que conocía el nombre de las mariposas."
Ewelme church |
"Enamorarse era rebelarse a sí misma
lo extraña que era"
Wigmore Hall |
Florence y
Edward, además, son dos personas agradables que no saben discutir. Florence,
experta en ocultar sus sentimientos, y Edward canalizando la ira en peleas
callejeras, discuten por primera vez en sus vidas durante esa noche de bodas.
Ian McEwan
estructura esta novela en cinco capítulos, y ese número impar le imprime el
desequilibrio de la incomprensión entre dos seres que se aman. McEwan utiliza
la antítesis y el contraste durante toda la obra, levanta en el dormitorio -
frente a la fragilidad de estos dos seres envueltos en inseguridad - la
fortaleza de la convención con "cuatro postes de roble que sostienen el
dosel de la cama nupcial."
Es curioso
que en el mismo párrafo donde describe el acercamiento de los dos jóvenes sobre
la cama, el autor haga referencia a la tumba de Alicia de Pole - nieta del
autor de los Cuentos de Canterbury - cuyo cadáver está en un cofre bajo un
dosel de piedra sujeto por cuatro columnas de alabastro.
Al no tener
acceso a él, el sexo se convierte a la vez en una meta y en una tortura, en una
obsesión que envuelve a la noche de bodas en un aura mitológico, y a partir de
aquí, por fin solos, comienza a desdoblárseles la vida en un caleidoscopio de
imágenes fugaces, que van describiendo quiénes son y por qué actúan, a veces de
un modo visceral.
"De este modo podía cambiarse por completo
el curso de una vida:
no haciendo nada."
Para mí, y
esto es una observación muy personal, Chesil beach tiene un
final feliz. Puede decirse que tiene un poso de tristeza, como todo lo tiene
cuando miramos atrás y vemos allí lejos la belleza de algún episodio de nuestra
vida.
Senderos por Wormsley Valley |
Comentarios
Publicar un comentario